dissabte, 6 de juny del 2009

Redacción

La palabra adolescencia carece de significado, del mismo modo que infancia, edad adulta o vejez. En todo caso, no tienen el significado que tendemos a darles. Las usamos para denominar supuestas etapas de nuestra vida, cuando en realidad no todo el mundo las pasa al mismo momento, ni le duran igual, y hay quien ni siquiera las vive.
Y sin embargo nos gusta tanto generalizar: los felices años de la infancia, el adolescente rebelde y egocéntrico y el adulto con los pies en la tierra incapaz de soñar.
Centrándonos en la adolescencia, ¿por qué debe ser esa la etapa en la que nos tenemos que enamorar, el tiempo de hacer locuras, o el momento de vestirse con colores chillones? Sé que hay algunos argumentos para responder estas preguntas, pero fíjate: ¿acaso no está mal visto el niño que descubre precozmente la sexualidad, o no es motivo de burla el virgen de treinta años? ¿No se mira de reojo a los "adultos" que expresan sus sentimientos con libertad o se critica a la mujer que "viste como si tuviera 15 años"? ¿Por qué condenamos nuestra propia libertad con estos arquetipos, a menudo actuando según nuestra edad como sabemos por películas, libros o cualquier otro medio que se espera que hagamos?
No deberían existir la niñez, la adolescencia, la edad adulta o la vejez. Es un intento de catalogar la vida, que cada cual debería vivir como la siente, evolucionando y madurando a su manera y no como se espera de él.